sábado, 15 de noviembre de 2008

Pornografía y medios de comunicación; Documento anexo

En la TV, los afiches de la calle, Internet... La pornografía está presente en nuestra vida cotidiana y abarca mucho más que imágenes obscenas. Para los especialistas está relacionada con el poder, la violencia, la discriminación y otras cuestiones sobre las que vale la pena reflexionar en familia. Todos somos consumidores de material que a veces linda con lo pornográfico: en los afiches publicitarios, las tapas de revistas de los quioscos, los anuncios que vemos en las calles. Generalmente, con señoritas que nos miran desde una concepción estética de lo más kitsch, que no pasan de ser objetos burdos con pretensiones artísticas. Lo mismo ocurre en las casas, donde los videos y DVD instalan en la cama hogareña escenas capaces de hacer del Kamasutra un texto escolar. Pero la pornografía, como género que intenta a veces legitimarse como artístico, abarca temas como la participación de menores o la satirización de discapacidades físicas. Se vale de animales, objetos cotidianos, objetos de tortura y otros tantos temas que desafían la imaginación. Cada vez que se escucha alguna voz en contra de la pornografía, aparecen otras en favor de la libertad de expresión,- hasta cierto punto justificable, en un país donde las libertades personales fueron reiteradamente mutiladas -. Sin embargo, nadie podría decir que la libertad de expresión es un bien absoluto: por más que habitemos el reino casi celestial de la libertad, en ese reino no podemos gritar ¡fuego, fuego! cuando estamos en un cine repleto, en plena función, sólo por un rapto de (dudoso) sentido del humor. La calumnia o la amenaza violenta son excepciones no amparables bajo el rótulo de la libertad de expresión. Lo que tienen en común es que ambas involucran a terceros, provocándoles un daño o poniéndolos en situación de riesgo. Algo similar ocurre con la pornografía. La mujer objeto Catharine MacKinnon, profesora de Leyes de la Universidad de Michigan, afirma que la pornografía condensa todos los abusos inconfesables: celebra, promueve, autoriza y legitima la violación, la agresión, el acoso, la prostitución y hasta el abuso sexual de chicos. Y erotiza el vínculo de dominio y sometimiento, dinámica común a estas prácticas. Lo obsceno, que puede rayar con lo chabacano o en el simple mal gusto, supone un juicio moral acerca de lo que está bien y lo que está mal. La pornografía, en cambio, es una práctica política, un dispositivo de poder en el que -tras lo que se cree una mera representación o un simulacro- se juega un juego violento y discriminatorio. Los defensores de la pornografía pueden ver en esto una exageración. ¿Acaso la pornografía no es una representación plástica, como lo es la Venus de Milo, o una dramatización imaginaria? ¡Después de todo, no nos creemos todo lo que vemos en la pantalla, y sabemos que lo que allí vemos es pura ficción!, afirman. MacKinnon considera, no obstante, que la pornografía no es ni fantasía inofensiva ni una representación falsa y corrupta de lo que de otro modo sería un cuadro sexual saludable. La pornografía no es imaginería en relación con una realidad que la trasciende, no es una distorsión, ni una proyección, ni una expresión, ni una fantasía, ni una representación, ni un símbolo. La pornografía es una realidad sexual. La pornografía, agrega esta teórica de los estudios de género, construye la imagen de una mujer que desea la crueldad, que quiere ser agredida, humillada, torturada y hasta degollada, y es transformada en un objeto. El objeto sexual se define porque su ser se agota en ser para una mirada, que lo construye y le presta su sentido. La mujer, en su calidad de objeto sexual, es toda ella sexualidad a ser usufructuada por el hombre que la construye como entidad. En la medida que la pornografía es una práctica de discriminación sexual que transforma a las mujeres en objetos sexuales, o mercadería en exhibición, se puede poner en tela de juicio el derecho a la libertad de expresar contenidos pornográficos. Sin embargo, este argumento de género puede ser un boomerang: ¿acaso las mujeres que trabajan en películas o videos pornográficos lo hacen obligadas? Las modelos y actrices pornográficas firman contratos y cobran dinero. También se dice que la experiencia demuestra que allí donde se tolera la pornografía, es donde las mujeres gozan de una posición más igualitaria. Quienes defienden así la pornografía alegan que, a diferencia de los resultados de las investigaciones mencionadas, otros estudios muestran que la pornografía produce un efecto catártico: quien la consume, no la actúa. ¿Acaso las mujeres no consumen pornografía? Las consumidoras pagan sin coerción de nadie. En ese caso, restringir el consumo de pornografía es restringir la libertad de las propias mujeres. Si la pornografía se define como un acto de violencia ejercido sobre las mujeres, esto supone que estas mujeres actúan en contra de su voluntad. Y recurrir a la discriminación sexual para censurar contenidos pornográficos es tratar paternalistamente a las mujeres como chicos cuyos intereses deben ser protegidos por la ley, porque se las cree incapaces de ser responsables de sus actos. Aunque la pornografía ejercida, producida o consumida por adultos que consienten voluntaria e informadamente a estas prácticas puede ser un tema de debate, muy distinto es cuando estas prácticas involucran a menores. Allí se cruza una frontera donde queda afuera la polémica. Allí se trata, ni más ni menos, de buscar las maneras de proteger a los chicos de prácticas aberrantes. Internet El primer obstáculo para proteger a los chicos de material pornográfico en Internet son las políticas y dimensiones de la Red: Internet es una conexión internacional de computadoras, sin locación geográfica determinable, pero disponible para todo aquel que en el planeta tenga acceso a Internet. Ninguna organización controla la Red ni existe un centro desde el cual se puedan bloquear sitios individuales o servicios de la Red. Esta anarquía virtual, que por un lado hace posible el aspecto transparente y democrático de la € Red, tiene como contracara la disponibilidad de material pornográfico infantil: el material de sexo explícito que circula en Internet incluye textos, fotos, sonidos, imágenes de video y sesiones de chat (donde se establece un diálogo por escrito con otro cibernauta en tiempo real). Aunque se desarrollaron sistemas para ayudar a los padres a controlar el material disponible en una computadora hogareña con acceso a Internet, los cibercafés o la computadora del compañero de juegos quedan fuera de su control. Otra de las dificultades para probar la edad de los receptores de Internet es que no existe un medio efectivo para identificar al usuario, menos aún su edad. La tecnología sí permite que algunas páginas Web estén disponibles exclusivamente para quienes han comprado a un proveedor comercial el derecho a ingresar en la página. Y si bien los sitios comerciales pornográficos que cobran el acceso asignan una clave como método de verificación de la edad, esta tecnología no es confiable. Y con el uso del chat se entablan comunicaciones interactivas no controlables, que pueden derivar en citas reales entre adultos y los chicos que visitan la página. Quienes hacen de estas páginas un negocio más que lucrativo, recurren a todo tipo de recursos para captar a sus clientes: por ejemplo, con el rótulo nuestros suscriptores nos cuentan, narran historias de pedofilia cuyo objetivo es excitar la imaginación del consumidor. Estas historias giran en torno de algunos argumentos primarios: el menor que seduce a un adulto, el adulto que seduce al menor, relaciones entre menores y relaciones incestuosas. Estas historias son mostradas, muchas veces, mediante fotos y videos. Las políticas por seguir para frenar este novedoso tipo de prostitución infantil en el nivel global necesitan de una acción conjunta entre los padres y educadores, la industria tecnológica con herramientas de software y una adecuada legislación que castigue un peligro social que involucra a menores. Muchas veces, los mismos padres que consumen pornografía son los que tienen la responsabilidad de controlar el acceso de sus chicos a esa clase de material. Un video olvidado al azar, una revista porno o una película condicionada que entra en nuestra casa implican un doble mensaje. Tal vez, la cuestión sea, al fin y al cabo, lograr repensar la coherencia entre nuestras convicciones y nuestras prácticas cotidianas.

Diana Cohen

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